jueves, 8 de julio de 2010

Vida Estudiantil: Un respiro natural, y que huele mal

Espero decir esto todo los años —y se que no va a ser así— pero por una vez, puedo sentirme orgulloso de jactarme que tengo los dos primeros cursos de medicina (y una asignatura de tercero) aprobados. Quizá no sea así dentro de unos años, o en el próximo, pero serán asignaturas un poco más clínicas, y por tanto más soportables, aunque entrañan una dificultad mayor que a las que me he estado enfrentando por ahora.

Radiología General fue una de las que más me sorprendieron, simplemente, no comprendo cómo he podido llegar al extraño sobresaliente, palabra a la que he despedido entrada en la carrera —cosa que a algunos no les hizo falta—. Anatomía Aplicada, Organografía, así como Fisiología Especial se quedaron en tres dignos y bien merecidos notables, TIB, simplemente, me da igual como haya salido, no pienso volver a matricularme de esa asignatura ni examinarme de ella en septiembre, ya que tengo cosas más importantes que hacer más que preocuparme por una asignatura que a lo sumo puede servirme para criminología o Medicina Legal—eso solo incluye el funcionamiento de la técnica del PCR y poco más—.

Los planes que me he sugerido para este verano son:

  • Sacarme el carnet para conducir. Preferiblemente moto, quiero un medio de transporte barato y con el que no tenga problemas para aparcar. La única pega es que es menos seguro que el coche y puede contaminar más.
  • Estudiar idiomas: En concreto tenemos Inglés y Japonés. Hablaré de ambos idiomas en mi blog con total seguridad, sobretodo del primero, el cual lo estudiaré en Eastbourne, una ciudad al sur de Londres, por primera vez en mi vida.

Sin embargo, no debería faltar en ningún momento la máxima de disfrutar del verano a tope, y para demostrar que lo estoy haciendo, dispongo de unas cuantas fotos que saqué en la pequeña aventura que tuvimos la semana pasada —aún no las he puesto en la red social que critiqué en este mismo blog, supongo que se fijarán una vez vuelvan de su viaje—.

La finca de Osorio es una buena oportunidad para la gente urbana —como yo supongo— de entrar en contacto con la naturaleza. Llamarlo idílico y bucólico es un poco “cursi”, pero el ambiente campestre no duda en inundar todo tu organismo, y en efecto, tu parénquima pulmonar, con aire puro; así como ofrecerte los apestosos aromas del ganado —una de las cosas que me echaron para atrás en Veterinaria—.

Cierto es que no he tenido la oportunidad de estar muchas veces en ese lugar, aunque después de haber caminado tanto con los personajillos con los que paso mayor tiempo en la facultad por ahí me ha quedado claro que es un lugar muy grande, dentro del límite que te marcan las tierras privadas y los perros de caza con los bramidos inentendibles de sus dueños.

Por el camino tuve oportunidad de ser un voyeur de varios comportamientos curiosos de mis compañeros. Entre ellos, se encontraba la exaltación de mi amiga alemana —candidata segura a ser mi madre/compañera de viajes— al encontrarse ante tanta belleza natural, llegando al punto de ponerse pequeñas flores amarillas por detrás de la oreja. Por otro lado, el “hipocampito” —gracias por pasarte por el blog, como siempre— que no dudaba en culturizarnos acerca de su equívoco conocimiento botánico confundiendo rosas trepadoras con ¿geranios? Menos mal que se encontraba por allí a quien llamaré “mono de campo” —por su apetencia durante la caminata de subirse a los troncos de los árboles— para corregirle y enseñarle lo que es un alcornoque. En mi caso, a lo mío, imaginando que guiaba al grupo con una rama torcida y lo defendía de posibles y maquiavélicas criaturas que podían atacarnos, como por ejemplo, una jauría de gallinas.

Otra anécdota que valdría destacar en el blog trata sobre un grupo de ancianos que se encontraban en una zona de la finca más habilitada para comer, que contaba con unas mesas y sillas alargadas de madera, donde tuvimos nuestro tercera o cuarta comida (las demás ocurrían durante la exploración). Al finalizar nos dimos cuenta que el ambiente se caldeaba un poco entre la tercera edad, y algunos se levantaban bailando, augurando unos juegos sociales en los que acabamos participando, a petición de las organizadoras de tal excursión.

El juego se trataba de un acercamiento —no carnal— entre parejas a partir de un folio rojo en el que habían dibujado un corazón. Este se encontraba dividido en diferente formas, únicas, y que al juntarse acabarían por unir a la pareja. Una vez encontraba, todas las parejas se separaban y cada una de ellas tenía que presentarse recíprocamente al resto del grupo. Ahí no acababa la cosa, porque la segunda ronda, consistente en una competición eliminatoria por preguntas sobre cualquiera de los integrantes, donde el susodicho tenía que protestar si lo que respondía el participante era incorrecto, así como en los juzgados, imitando a “Phoenix Wright”.

Mi pareja se llamaba Juan, un simpático trabajador de Marzagán, como muchos de los presentes. La verdad, no me importaría que siendo Médico de Familia me toque tratar a una tercera edad como la que nos encontramos por allí.

1 comentario:

  1. Bonito día pasamos en Osorio. La verdad es que estoy de acuerdo contigo, el grupo de tercera edad que nos encontramos fue divertidísimo. Como siempre, tu blog genial y divertido, me encanta.

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