lunes, 2 de mayo de 2011

Hospital "life": Cirugía para graciosos (2)



Hace ya unas dos semanas, antes de semana santa, acabaron las prácticas de patología, que no me dejaron con muy buen sabor de boca: el médico al que acompañaba cometió una absoluta negligencia en su praxis. El bacalao de profesional que estaba hecho el doctor no estaba para enseñar, ni para dar clases, ni para hablar concienzudamente con los pacientes y con los familiares, pero al menos nos sirvió de mal ejemplo: no hay que avasallar a los familiares de los pacientes, ni repetirles lo mismo 50 veces, tomándolo así por unos perfectos idiotas.

Pero eso ya fue agua pasada. Ahora estoy en el quirófano, al que ansiaba ir con todas mis ganas, y que sin embargo, aunque no dudo de lo interesante que son los procedimientos llevados a cabo, y tampoco de la impresión que me llevé nada más el primer día. Resulta bastante agotador estar de pié durante casi 3 horas mirando, sin hacer nada de nada a pesar de todo eso.

Por suerte, no todas las operaciones son así, pues depende mucho del equipo que esté trabajando. Además, puedo sacar varias anécdotas divertidas que ensalzaron mis días mirando vísceras y oliendo carne quemada.
La primera de ellas resulta en encontrarte por un pasillo recto, y al frente, un cartel amarillo bien grande que dice quirófanos, con una flecha roja apuntando a la derecha. Pues no, para los vestuarios tienes que ir a la izquierda, ir en dirección hacia la derecha donde dice un letrero: Cirugía Maxilofacial, y recorrer otro pasillo —este está repleto de pósters descoloridos con fotos que herirían la sensibilidad a más de un paciente— bastante largo hasta llegar a una zona restringida, donde tienes que pasar por los vestuarios obligatoriamente.

¿Qué a dónde lleva la otra dirección? Bueno, un día me perdí y fui por la derecha, luego, crucé un pasillo enorme para encontrarme con una sala de espera para pacientes, la sala del despertar, y por último, el ala psiquiátrica. Por lo visto, el Insular, hace honor a los laberintos de las leyendas y mitos, solo les hace falta el animal salvaje que cazaría a aquellos que tengan la desgracia de perderse por allí. Aunque me equivoco… sí que lo tienen, aunque no es un carnero bípedo sediento de sangre…

El Dr. Batracio —apodado así por sus dos grandes protuberancias en las mejillas y su boca bizarramente alargada— es el que dirige nuestro viaje por este mundillo, mandándonos en grupos a molestar a los cirujanos, metiéndonos de polizones en los quirófanos; y allí observamos, más o menos, como plantas de decoración con ojos, la forma de trabajar. El hombre nos dice que debemos estar a las 8:15 en la puerta de la secretaría de Cirugía General, pero él llega a la hora que le sale de sus mismísimas gónadas. Es sin duda un hombre bastante antipático, y con un claro síndrome de ambivalencia con clara paratimia: puede gritarte que no está enfadado mientras te baña la cara de saliva y agita nerviosamente su cara de un lado a otro. Por último, cuesta dilucidar cada vez que pide un “mosquito”, si se refiere al instrumental quirúrgico o algo para comer.

Este no es el único personaje del quirófano, este lugar está lleno de enfermos mentales sedientos de humor negro y alguno con ideas políticas bastante curiosas. Nada más entrar en el vestuario de hombres —no he tenido ninguna información clara sobre el de mujeres, pervertidos— te encuentras con algo que te hace sangrar la vista: la bandera de España en su pleno apogeo franquista. Eso te hace pensar de qué calaña pueden estar hecha los cirujanos, sobre todo después de algunos comentarios fachas que alguno escupe al vestirse con el pijama verde.

Cuando entras en un quirófano, piensas que estás en algo muy serio. Y en realidad todo lo que hay en él son cosas serias: el monitoreo, las vía principal del paciente, la maquinaria del bisturí eléctrico… sobretodo la mesa que una de las enfermeras empieza a preparar, con todo el instrumental.

La distancia de seguridad para no contaminar la mesa es la normal. Simplemente, no toques el mantel que la recubre y menos lo que lleva encima, pero para algunas enfermeras hipocondriacas no bastarían ni billones de kilómetros de separación, pues para ellas, el sólo mirarlas pueden contaminarlas con algún mal de ojo que alguna gitana te haya puesto. En efecto, me cayó simpática una de estos personajillos, al que voy a llamar “la enfermera caníbal”. La mujer era bastante vivaracha y no dudaba en bromear con otra, que tenía una extraña estereotipia que supone pronunciar con amaneramiento la palabra “divina/o”—en la próxima operación contaré las veces que lo dice—.

A esta pobre mujer la llamé de esta manera por muchos de sus comentarios al final de las operaciones, donde observaba las piezas extraídas, con deseo en sus ojos, y decía querer llevárselas para algún asadero, o que quedarían muy bien en tostada. Era bastante agarrada puesto que le dije que podría compartir conmigo un poco, y se quejó por ello.

Otros cirujanos dignos de mención son el Dr. Sansón y “Super Mario”. El primero de ellos sería el que más se preocupa por que aprendamos un poco de nuestro sufrimiento, pues en muchas de las operaciones, junto al Dr. Batracio, nos ayudaba explicándonos los procedimientos que hacían e incluso nos ayudaba un poco para mirar y no estar perdidos.  El segundo… bueno, creo que debería hablar de él, ya que no me dejó muy buena impresión la primera vez que estuve en una operación, puesto que en esta, sí se podría decir que fue una pérdida total de tiempo.

Este “mostachudo” personaje, lejos de ser tan vivaracho con quien lo comparo, sólo se ha ganado este apodo por apenas alcanzar el 1.60 y por su feo bigote y no por el buen carácter del original. En sus operaciones se trae música clásica para oír, y pasa de los estudiantes como si fueran fantasmas —y fantasma me gustaría ser, para hacerle la vida imposible a este inepto—. No llegué a ir a la clase que daba el hombre este, y es una pena, pues tuvo la mala suerte de coincidir con el periodo de novatadas, en los que se hacía mucho ruido en nuestra facultad, algo que la rigidez mental y el poco humor que brilla en su ausencia, no fue capaz de soportar.

Ahora bien, resumiendo un poco mi experiencia —que aún me queda—, no me gusta el quirófano, ni la cirugía. Es una ciencia médica objetiva, en la que el paciente viene, se anestesia, y no pasa nada más a ser un simple objeto que se maltrata, de forma literal. Pues sí, podría ser interesante, y al menos la cirugía menor puede ser útil para mí, para suturar heridas cuando sea necesario. Pero trabajar, sólo trabajar con cuerpos anestesiados es algo que no quiero para mi futuro. Hay momentos en los que tanto como el anestesista y el cirujano hablan con el paciente antes de operarle, o todo el equipo ayuda para que este, antes de caer en un profundo sueño, se sienta un poco mejor. Pero hay otros en los que se pasa un kilo: anestesia, y a empezar a pinchar venas y arterias como un poseso.  Puede que el Propofol, además de producir sueños eróticos, y sumir al paciente en un profundísimo sueño, sirva también para que el paciente no sea testigo de las cosas tan horribles que se le está haciendo a su cuerpo.

En definitiva, que esto de las prácticas de cirugía sólo me va a servir para saber que no estoy hecho para ser cirujano, sino que estoy hecho para pelear con ellos para que operen, cuando tengan que hacerlo.

3 comentarios:

  1. Pienso exactamente igual que tú respecto a Cirugía, y también me tocó hacer las prácticas en el Insular... Al menos no te tocó entrar en el quirófano donde pusieron "Los Sabandeños" de fondo... jajajaja.
    Uno piensa que la cirugía es casi como en las series americanas, que se le limpia la gota de sudor frío al médico en medio de un ambiente de silencio absoluto y de gravedad, pero en la mayoría de los casos no es así. Incluso puede llegar a ser aburrida...
    En fin, algo menos en que pensar en el MIR ^^

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  2. Desgraciadamente, no todo ocurre como en las series o el Trauma Center, pero yo creo que deberías darle una segunda oportunidad a la cirugía. Te lo dice alguien a quien no le llamaba mucho la misma hasta que hice las prácticas este año, en el Negrín. Tal vez, en eso esté la diferencia, ya que a nosotros nos dejaban lavarnos y participar en las operaciones gracias a los consejos del doctor Luigi xD.

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  3. @Sara: a mi me tocó uno donde pusieron salsa, y otro donde pusieron música de ópera.

    @Diego G.G.: a ver si el año que viene consigo una buena moto y hago las prácticas en el negrín. De todos modos, es muy poco probable que cambie de opinión, estoy hecho para las médicas, y mi inconsciencia me lo dice XD

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