viernes, 1 de abril de 2011

Hospital "life": Un paseo por Medicina Interna (1)



Han sido unos largos años de duro estudio, de calderilla, de continuas visitas a la biblioteca, que ya casi podría considerarse mi segundo hogar. Pero finalmente, a uno siempre le llega la hora de pisar el terreno dónde se moverá durante toda su vida, y en estas tres semanas he tenido la oportunidad de conocer cómo trabaja el servicio de Medicina Interna, por esos recónditos pasillos y habitaciones del Hospital Insular.

Si bien los primeros días, al habituarme, habían sido un poco más difíciles de llevar, me he dado cuenta durante todos estos días, que echare de menos estar allí explorando pacientes, haciendo historias clínicas cuando hay nuevos ingresos, seguir al residente y al médico como un perrito faldero. Durante esta nueva etapa, he conocido a muchas personas, visto las reacciones de numerosos familiares, observando cómo los enfermos languidecían en las camas, a veces sin remedio, y otros con tanta suerte para salir de allí. He tenido la oportunidad de aprender de residentes, y de gente que se encuentra en la recta final de la carrera.
He tenido la oportunidad, no sólo de darme cuenta cuales son los principales problemas de la sociedad, y de las consecuencias que tiene la diabetes mellitus, el tabaco, el sedentarismo, el alcohol y la HTA en la salud de las personas; sino de cuáles son los fármacos más utilizados para el tratamiento de la mayoría de los pacientes, pues, no existe historia clínica que en que no sea prescrito un antibiótico, un antidiabético o un profiláctico contra la trombosis.

El servicio de Medicina Interna, el sitio dónde estoy rotando, se encuentra en la séptima planta del hospital. A ella acuden todos los médicos para reunirse por la mañana y luego pasar planta por todo el hospital, para los pacientes que tienen asignados. Entre ellos se encuentran el residente y el médico que se encargan de nosotros: se trata del Dr. Futbolín (llamado así por hacer la hazaña de participar en un equipo de fútbol y compaginarla con la medicina) y Señor Coagulación, un hombre cuyo sobrino, el muy cafre, se escapa de las clases que da su tío, quién sabe con qué objetivo. El hombre está haciendo un máster en coagulación, y se asegurará de que tanto el residente como las dos estudiantes de sexto se sepan al dedillo los complejos mecanismos de la formación de mallas de fibrina. Y así está él, amnésico y olvidadizo, sin recordar las cosas que ha dicho hace dos segundos, pero siendo amable tanto con los pacientes que con los familiares, a los que explica, con pelos y señales, el estado en el que se encuentra el paciente. En las sesiones clínicas da a los demás médicos una aburrida introducción de la fisiopatología hepática para explicar un simple caso de intoxicación hepática por sobredosis medicamentosa. Se pelea con el radiólogo midriático —que podría considerarse el “Maese Betancor” del Insular—, efusivo y molesto por perder el tiempo, decide divertirse picando a nuestro hombre, que empieza a abrir y cerrar la boca como un pez respirando: Totalmente recomendable para ver…

En cuanto al amante del fútbol y de la pesca, es un jovenzuelo en su primer año de residencia y aspirando a ser un orgulloso médico de familia. A pesar de su supuesta novatez, la gente suele confiar en él y dejarle con una relativa libertad para tratar a los pacientes. Sabe mucho, y bromea mucho también; al corregir las historias clínicas es bastante suave, pero exigente con lo importante, y jocoso al tratar con los errores de un humilde estudiante de tercero haciendo sus primeras historias. Bien dicen que la medicina es una amante acaparadora pero él sigue siendo fiel a su esposa: el fútbol.

Por último, las dos estudiantes de sexto, que aparecieron sorprendiéndonos la segunda semana. Una de ellas es estudiante de la ULPGC por seis años ya, una de las que se encuentran cómodas en una pequeña isla —mientras que otros la consideran una cárcel rodeada de agua— y otra chica que viene de fuera, del norte de la península, en un lugar dónde aún conservan un antiguo idioma que guarda sus raíces en un lenguaje prerromano. La muy pájara no escatima en reírse de mis errores y metidas de pata —algo recíproco— pero, en el fondo, resulta ser alguien muy agradable.

Conmigo se encuentra también otro compañero de clase, y juntos, hasta ahora, hemos intentado trabajar en equipo. Aunque no solo somos dos, sino seis, contando con todos los personajes que os he ido contando y que forman parte de esta nueva historia de mi alegres desventuras en una carrera, que deja respirar muy poco; pero seguro, que es por el bien de los demás.