miércoles, 25 de agosto de 2010

Freaks Travellers: Otras Visitas por Inglaterra (II)

Estos días fueron aquellos en los que uno ya se había acostumbrado a todo: a sus compañeros en la habitación, a la familia residencial, la clase, el ambiente, incluso estaba un poco más familiarizado con el idioma. No obstante, fue una de las semanas que se pasaron a velocidad de crucero. En esta semana indolvidable experimenté muchas cosas: subí a una montaña rusa por primera vez, vi a los famosos guardias del palacio de Bukingham, vi un musical, y visité muchos otros sitios, entre los que destacan, un monumento megalítico cuyo origen se perdió en el tiempo, y una ciudad con mucho “pijerio” a sus espaldas.

Pero vamos por partes, durante esta segunda semana he acudido también al LTC todos los días. Las clases han sido como siempre, otras más entretenidas y divertidas, y otras menos. Como siempre, el viernes tuvimos otra pequeña sesión de fotos, ya que nos abandonaban muchos otros compañeros, que sin duda vamos a echar muchísimo de menos. Yo ya estoy tardando en hacerme el dichoso facebook. No obstante, estoy bastante contento, ya que si bien en la anterior semana no necesité más días para empezar a detestar al sujeto femenino que se fue, deseé en esta con todas mis fuerzas su ida, a la vez que sufrí  las dos últimas horas con dos remeras Ucranianas que le habían tocado los genitales a ya mucha gente de nuestra clase. Eran un claro ejemplo de típica pija europea y nórdica, que no deseas ver en tu vida. Una de ellas adornaba su ya estúpida apariencia con una personalidad arisca y antipática, con una lengua que de seguro era tan afilada como las uñas falsas y asquerosas que tenía. Se dice que tuvo problemas con su familia, aunque, yo la verdad que creo que el problema de la familia, era ella.

Durante los días de la segunda semana, tuve oportunidad de ver Wicked, mi primer musical, basado en la historia del mago de Oz. Esta estupenda y misteriosa alegoría fue interpretada por un grupo de geniales actores, grandes cantantes y bailarines, sobre la historia de la malvada bruja del Oeste, la cual en un principio no parecía ser tan malvada en un principio. Ciertamente vale la pena pagar por ellos, sobre todo si se consigue la entrada a mitad de precio como nos ocurrió a nosotros. Un espectáculo lleno de colorido, con unos efectos especiales increibles y que te dejan con la boca abierta. Entre la Prusiana y yo lo disfrutamos mucho, y nos quedamos con los pelos de punta, al final, y con las ganas de volver a repetir la experiencia con un musical aún más sorprendente que el que vimos: El Rey León.

La verdad es que tengo que reconocer, que, nunca he visto tanto talento concentrado junto en un solo escenario. Además del numerosos repertorio de actores, todos bien ellos entrenados para bailar y hacer la misma cosa día a día. Lo que me pregunto es que si de tanto hacerlo, puede llegar a convertirse en algo tedioso para ellos; aunque de lo que estoy seguro, es que aquello fue único para mí.
Me acuerdo que nos dejaron a nuestro aire varias horas antes de que empezase el espectáculo. Y tuvimos tiempo para el maravilloso Starbucks Coffee  –al que echaré muchísimo de menos – y para visitar los alrededores del Bukingham Palace, hogar de la Reina de Inglaterra. Me sorprendió lo cercado y protegido que está el lugar. No solo con policías armados hasta los dientes, sino con carteles que te avisan de que atravesar sus fronteras supone un delito criminal muy grave. Al frente del complejo, que debe ser enorme, hay una gran plaza donde se concentran en su mayoría, turistas, a observar de cerca a los famosos casacas rojas y a admirar, tanto como a compadecer sus trabajos, los cuales consisten en estar estacionados durante mucho tiempo en puestos de guardia, ensayando su típica y disciplinada marcha solo para no entumecer sus músculos, que de seguro que gritan por permanecer en una postura más natural que esa rígida que se les exige. En el fondo, resulta un asqueroso trabajo… a saber qué tipo de personas serán, y qué pensarían sobre la reina y sobre su condición de reclamo turístico…

Brighton fue la ciudad que visitamos el viernes. Una ciudad costera como Eastbourne, pero más poblada, con un malecón enorme, y un poco más fea, según mi opinión. En el malecón había un pequeño parque de atracciones que siempre recordaré por haberme hecho pasar un momento donde mis niveles de adrenalina llegaron a lo más alto. Me monté a la montaña rusa por primera vez, junto a la Prusiana y nuestro compañero italiano. Reconozco que al principio me produjo cierto temor, pero después del primer choque de velocidad mi corazón se disparó y todo mis músculos se tensionaron para resistir la gravedad en el advenimiento del looping. Fue una experiencia adrenérgica curiosa, y que me gustaría volver a repetir con mayor intensidad, eso sí, no apta para cardiacos.

Allí también nos pudimos pasar por el Royal Pavilion, una preciosa y enorme estructura que servía como castillo de veraneo a los reyes de Inglaterra. La verdad es que debían de gustar eso de gastarse dinero mientras que otra gente en Inglaterra se arrastraba por las calles de la época como gusanos, ya que el lujo de sus habitaciones, las camas, y las moquetas que cubrían el suelo y las paredes no eran normales. Justo nada más entrar te encontrabas un pasillo enorme que cruzaba el palacio de una punta a otra, decorada con moquetas, figuras y objetos   –todos ellos supongo que de mucho valor – relativos al místico país de Confucio.

 Las paredes estaban pintadas a mano, y lugares como el comedor, donde se celebraban los copiosos banquetes estaban decorados con pinturas de procedencia china. Y es que, al rey le debía de gustar bastante el enorme país oriental, ya que casi todas las habitaciones se decoraban con simbología y kanjis chinos, dragones alargados y majestuosos como el que soportaba la lámpara central del comedor. La cocina era enorme, y los utensilios todo de un cobre que debió de ser brillante y de muy buena calidad hace décadas. Cocinaban de todo, y en un solo menú para unos, no más de 30 comensales, una variedad de comida que no terminaría de desgustarla ni 100 personas. Más adelante se encontraba un salón de estar, donde se dirigían las mujeres a cotillear como cotorras mientras los hombres seguían en el comedor, empezando a llenar el aire de humo, y de palabras de temas tan efímeros como la política, el dinero, y la propia comida.

La habitación, donde se dice que el rey se quedó unos días, senil, justo antes de morir; era enorme, y contaba con una pequeña biblioteca, un salón y un baño. Al salir del edificio debías pasar obligatoriamente por una tienda de “soivenirs” relativos al lugar, en un claro intento de vaciarte la cartera de libras.
El sábado fue un día que, aunque fuese contradictorio, tuve que levantarme aún más temprano para acudir a Terminus Road, la calle comercial de la ciudad, para emprender un largo viaje en autobús y dirigirme hacia tres sitios: Salsbury, Stonehenge y Bath.

Salsbury es un pequeño pueblo, con bastantes años a sus espaldas y una gran catedral para demostrarlo, con la torre más alta de toda Inglaterra. Ya por fuera el edificio resulta grandioso para la vista, un claro e importante ejemplo del estilo gótico para levantar una catedral. Por dentro, resulta mucho más bonita, e induciría respeto hasta el mismísimo demonio la de años que deben haber pasado desde que se construyó la parte principal del edificio y las tumbas que se mostraban dentro, además de los hermosos ventanales que podíamos pasar un año entero contando. La Magna Carta, se encontraba allí, siendo un ejemplo de los primeros documentos que dieron paso a nuestro rechazo a la monarquía absolutista. Nos faltó tiempo para disfrutar de la quietud que se respiraba adentro, adornada con una maravillosa melodía entonada con el órgano. Sin duda ese lugar logró cautivarnos a los dos ateos que la visitamos, y a mí, que tengo mis razones para odiar todo lo relativo a la religión. Debo admitir que, la belleza de la catedral me dejó claro, lo bien que metió sus raíces en nuestra sociedad la religión: un parásito comecerebros.

Stonehenge tenía muchos más años que cualquier catedral en Inglaterra y en todo el mundo. Miles y miles de años han pasado desde que, por desconocidas razones, se empezara a construir un enorme monumento megalítico a las estrellas. En una colina donde crecen las flores y la hierba, las rocas han pasado a formar el paisaje y solo ellas saben por lo que pasaron durante más de tres mil años. Se han adaptado al moho que las recubre, a los pájaros que se asientan sobre ellas para descansar, y la lluvia que cae incansablemente sobre el territorio inglés; sin embargo, no han sabido adaptarse al vandalismo, a las masas de seres humanos que vienen a verla y quizá tampoco a ser encerradas por una empresa que chupa dinero de ella. Stonehenge nunca será libre, nunca será lo que pudo ser antes, pero siempre nos marcará el solsticio de verano, cada vez que el sol la corte por la mitad…

Una vez hubo una ciudad donde varios arquitectos romanos quisieron inspirarse para construir y diseñar, igual que un poeta se inspira para realizar sus obras, y entonces apareció Bath. Una ciudad antiquísima, un reflejo de la arquitectura romana y de sus higiénicas costumbres. Los edificios se adornan de figuras mitológicas, columnas que recuerdan la clasificación que aprendimos hace mucho tiempo: Dórico, Jónico y Conrintio. Es una ciudad pija, donde los actores se compran casas para tener un verano inglés, con viento y lluvia. Donde te puedes encontrar a coloridos cerdos y leones; haciendo referencia a  unas inciertas leyendas cuyo escenario es la propia ciudad. En el centro se encuentra la abadía de Bath, no tan grande que la de Salsbury, pero igual de impresionante. Es una ciudad donde la Prusiana quisiera vivir, de no ser porque es tan cara.

El viaje de vuelta fue duro, pasamos cerca de 4 horas en el autobús, totalmente exhaustos; tanto, que no pudimos quedar con un inolvidable compañero que conocimos el primer día de clases. Aún así me pasé por el pub donde habíamos quedado, pero no lo llegué a encontrar allí. Espero que su viaje de vuelta no sea tan duro como el que nosotros tuvimos para llegar allí, y que me perdone, por no haberme despedido como debía ser de él. 

martes, 24 de agosto de 2010

Freaks Travellers: Eastbourne (I)



El viaje había sido por la mañana, habíamos tomado el vuelo a las 3 de la mañana, y mientras intentaba seguir a mi compañera de viaje –a quien llamaré la Prusiana– ya podía sentir un poco de nerviosismo dado que era la primera vez que viajaba a un país extranjero. En los aviones prácticamente no había sitio para que uno pudiera coger una posición adecuada para dormir, era imposible. Me desvelé como unas 3 veces, e incluso recuerdo algunas imágenes de un grupo de luces un poco difusas en la tierra, azulada, y a lo lejos, el sol alzándose del horizonte

El aeropuerto de gatwick apareció oliendo a viejo,  de forma muy rara ante mi cansada y sofocada mirada. Tras aterrizar en él, mi compañera se hizo rápidamente con el control de la situación, llevándome al primer tren que salía hacia Londres, a la estación de Victoria, donde según ella nos llevaría indirectamente a Eastbourne, cosa que no nos sirvió para nada ya que bien que podríamos haberlo cogido en la propia estación de Gakwick, por lo que tuvimos que pasar por el mismo sitio. Al menos, nos sirvió para conocer una de las estaciones de trenes de Londres: Victoria, y de paso, comer un poco de Toriyaki en un puesto de comida japonés.

La primera semana básicamente será adaptarse a este entorno, que en principio me pareció bastante hostil, ya que utilizan un idioma que, hablado, no domino del todo. Mi casa estuvo en 90 Ashford Road, en el centro de la ciudad, cercano al centro comercial, a las tiendas y a la estación de trenes. Nuestra anfitriona tiene la casa totalmente dedicada al alojo de inquilinos aprendices del inglés, por lo que prácticamente me sientía en una residencia. Ciertamente nada de lo que había pasado no me lo esperaba para nada. Me esperaba la típica familia Inglesa, con dos hermanas: ancianas las dos, canosas y bonachonas; el hijo flaquillo y alto, y también me esperaba unas estrictas normas que cumplir, o sentirme obligado a cenar en compañía de ellos a las seis de la tarde; pero como siempre ocurre, nada en realidad se asemeja a lo que uno se imagina…

No me abrió Mila; sino una persona, de apariencia, más que inglesa, asiática y morena, que resultaba ser su asistenta. Al parecer la anfitriona y su marido viven en otra casa, que está mucho más lejos de la escuela y en las afueras de la ciudad, por eso todos los estudiantes vivimos en esta pequeña casa que nos sirve de residencia. Mila proviene de una familia Filipina –lo que explica  sus característicos rasgos–, y vive con su marido en una enorme casa en las afueras de la ciudad (probablemente inglés), pero no voy a decir nada más personal de ella, más que está un poco loca (en el buen sentido) y que le gusta experimentar con la comida, logrando cocinar pollos realmente picantes.

Lo que es cierto es que en esta pequeña residencia viviamos bastante gente, en solo dos días ya había conocido a muchos: una estudiante Turca llamada Alvi, la asistenta Angie, y su hermana Fee, su hijo pequeño (que aparenta tener unos 7 años) llamado Shian (que al parecer le caí muy bien en el poco tiempo que le conocí ). Un día tuve la oportunidad de congeniar también con el joven estudiante de universidad; James, hijo de Mila, al que le gusta bastante jugar al rugby y estudia economía en Oxford. Me sorprendió bastante ver que el chico en cuestión, compartía mayor similitud con el padre que con las raíces más orientales de su madre.

La ciudad, y la escuela.

Eastbourne es una pequeña ciudad localizada al sur de Londres, a una hora aproximadamente en tren. Es tranquila y pacífica, la típica ciudad donde no pasa nada; pero a la vez, cerca de la abultada metrópolis que de seguro despierta mucho el interés. La ciudad se encuentra justo en la costa, invadida por gaviotas y otras especies de pájaros. Y como es común allí, poseé una especie de puerto sin ninguna otro interés que el ocio, lleno de restaurantes y de unas grandes recreativas. La playa de Eastbourne era para relajarse, repleta de bonitas piedras, estructuras de madera para no dejar escapar las piedras y restaurantes "Fish and Chips"; solo unos pocos valientes se atrevían a entrar en las aguas congeladas del canal inglés, el agua era principalmente para los pájaros, y la tenían conquistada.

Las clases se dieron en un edificio localizado en un parque llamado “Compton Park”  Había sido construido siguiendo varios estilos, para una familia inglesa adinerada y que hace muchos años habitó la mansión e invitó a la reina de Inglaterra, cuando fue pequeña, a pasar dos semanas allí. De hecho, mi clase se encontraba en una sala llena de cuadros pintados a mano, justo a la izquierda nada más entrar en la recepción del edificio, uno de los lugares donde se puede observar esta característica con más fuerza –está repleto de réplicas de pinturas sobre antiguas celebridades reales e importantes, supuestamente inglesas–.

Para empezar, acabé en un nivel Intermedio, de bajo nivel, pero al que puedo acostumbrarme fácilmente. La mayoría de mis compañeros son españoles, lo cual supuso una gran sorpresa: era como una espada de doble filo, me sentía más cómodo, pero a la vez dificultaba mis oportunidades para hablar inglés, aunque, en realidad, me sobraban por todos lados en aquel momento.

El colegio se encuentra en medio de un gran parque, denominado Comptom Park, como dije antes. Es inmenso, pero no lo suficiente como para perderse en él, tiene varias canchas y sitios donde se pueden jugar muchos deportes, entre ellos, uno bastante aburrido y famoso aquí en Inglaterra: el golf. Entre mi casa y el colegio no es que haya una excesiva distancia: más o menos a 10 minutos caminando, pero el parque que se encontraba delante dificultaba su llegada, dependiendo de cómo se rodease, se podía llegar más o menos tarde. Aunque, una cosa era realmente cierta,  mi casa quedaba bastante cerca de absolutamente todo: el colegio, el centro comercial, las tiendas, la estación de trenes, las paradas de autobuses… etc; de hecho, estába en el mismo centro.

Las clases eran por la mañana, de 9 de la mañana a una; se dividen en cuatro clases de 45 separados por 15 minutos de descanso en los que realmente no sabes si traerte el portátil para verte algún corto por “youtube” o buscar a alguien con quien hablar, así que acabé llevándome un libro, por si acaso no aparecía la prusiana por ahí –ya que había desarrollado una extraña capacidad para quedarse en la clase durante los descansos–.

La verdad es que el aprendizaje del inglés se hace, la mayoría de las veces, mediante juegos de distinto tipo que van proponiendo los profesores a medida que ocurre la clase; la mayoría de estos suelen ser algo divertidos, otros son un tanto estresantes –como por ejemplo, aquellos en los que tienes que utilizar la memoria–. Luego, en otras clases nos dedicábamos a realizar ejercicios de gramática, y la profesora a explicar un poco de ella, y mandar unos pocos deberes  que siempre acababas haciendo a las 12 de la noche, sea por pereza u olvido.

Justo el primer día, hicimos dos amigos que sin duda nos quedarán grabados en la mente por el resto de nuestros días, y con los que compartimos muchos de los momentos que pasamos en Inglaterra, entre ellos; un estudiante japonés al que le encanta la fotografía y un pequeño “freak” italiano, con un curioso sentido del humor. La verdad es que según ha ido sucediendo la semana, hemos pasado por toda clase de situaciones divertidas y curiosas. Lo cierto es que… si bien en los primeros días parecía no avanzar mucho, esta semana se ha ido volando: por ello al final de las clases hemos tenido algún tiempo para sacarnos unas fotos ya que dos de nuestros compañeros (dos de ellos españoles) nos abandonaban ese día, volviendo a sus respectivos lugares de residencia. Los conocía más bien poco, pero me llegaron a caer bien. Una cosa es segura, la clase sería menos sin ellos.

Visitas

7 Sisters es una costa localizada en las afueras de Eastbourne. Puede llegarse fácilmente tomando una guagua hacia Brigton, pero sin llegar a alcanzarla. La parada está justo enfrente de una valla que se puede sobrepasar fácilmente abriendo una de las puertas, que se encargó de abrir mi amiga Prusiana, ya bastante acostumbrada a verlas por Alemania. La verdad, no me había esperado unos paisajes que como aquellos, y menos, que a pesar del fuerte viento y el frio que hacía, desease volver de nuevo.
Unas llanuras vastas y grandes se cernían sobre nosotros, empezamos a tomar un pequeño camino alrededor de unas planicies repletas de ganado pastando, básicamente ovejas y vacas. Estas últimas de colores oscuros y marrones, es una pena que no hubiera ninguna blanca con manchas negras… Uno de los nuestros intentó hacerle una foto a una de ellas, pero acabó asustando al pobre animal por acercarse demasiado, hay que ver, la obsesión que tienen los japoneses de obtener unas buenas fotos…
La llanura se abría a una playa de piedras, flanqueada por arbustos. Había un pequeño camino por la izquierda donde se podía acceder pero nosotros tomamos otro camino, uno por una colina que se volvió un poco empinado y peligroso al principio, pero que valió la pena para tener unas vistas realmente impresionantes al acantilado. Era curioso ver cómo, de alguna manera, el desnivel del terreno conseguía que el acantilado tuviese una forma sinuosa, tal y como una onda. El viento en lo alto de la colina era aun mayor, pero la sensación de estar en un lugar infinitamente espaciado daba paso a la imaginación de estar en un libro de fantasía, y que quieras acompañar tu pequeña excursión a 7 Sisters con algunas canciones del Señor de los Anillos.


Londres, la famosa capital de Inglaterra, antigua, con mucha historia a sus espaldas, repleta de edificios que conservan una vieja y bellísima arquitectura. Avenidas llenas de gente como si no se tratara de un día normal y corriente. Los atascos son muy comunes, las colas hacia los museos y sitios importantes no son extrañas y el tiempo tan cambiante, como para haber sol y una poderosa precipitación en solo un día.
Es una grandiosa ciudad donde puedes perderte fácilmente y donde la única manera de verlo todo es mediante guaguas turísticas. Eso es lo que hicimos aquel día para saborear al máximo Londres, y no dejarnos nada sin ver en una metrópolis tan enorme, que sería imposible probar completamente todo lo que puede ofrecerte.

Si bien no caminamos mucho, el día fue completamente extenuante, y estuvo marcado por un pequeño y a la vez enorme disgusto, que nos enseñaría de por vida que la vida nunca es como en las películas.
El plan principal era recorrer toda la ciudad en guagua, después, ir a visitar King’s Cross para poder visitar el famoso andén 9 tres cuartos, donde se encuentra el tren secreto que lleva los estudiantes a Hogwarts. No lo encontramos, es más, entre los dos andenes no se encontraba ningún tipo de columnas, aunque eso sí, no estaba en aquel momento seguro de que si realmente existían, no buscamos bien o si el lugar está cerrado al público, y en obras –al final descubrimos que la estación estaba en obras–. La visita fue rápida, pero bastante cara por el metro. La verdad es que es bastante útil, a la vez que pesado y estresante, el metro subterráneo. Mi primer viaje en uno de ellos no me pareció precisamente un viaje que uno disfruta, sino uno en el que cualquiera reza porque sea corto y volver a respirar aire puro, porque allí dentro está tan cargado que podía cortarse con un cuchillo de untar mantequilla.

Al recorrer la ciudad nos dimos cuenta un poco tarde que no seguía el camino que nosotros habíamos predicho hacia la avenida de Picadilly y nos bajamos en una más o menos cercana, por lo que empezó un pequeño viaje hacia la estación en busca de comida, mientras luchábamos contrarreloj contra el cansancio, el hambre y el mal humor de la fatiga. Finalmente, el puesto japonés situado en la estación de Victoria nos había salvado una vez más. Todo esto me dejó bien claro que la avenida de Picadilly es solo una gran calle llena de restaurantes caros, hoteles, y también donde se encuentra el Hard Rock –con una preciosa cola para disfrutar del interior–. Nada comparado con otras avenidas que se conectan a través de la plaza del mismo nombre, con muchas más tiendas y restaurantes de comida rápida, donde esperas encontrarte más establecimientos con bonitos y curiosos nombres.